Es inevitable que en nuestro actual periodo de crisis toda la atención se centre en la economía y en su nefasto devenir durante los últimos años. Nos enfrentamos a un fenómeno que ha producido ya efectos muy graves y devastadores sobre amplias capas de la población, que está arrasando empresas, destruyendo puestos de trabajo y haciendo retroceder a pasos agigantados la calidad de vida de los ciudadanos, quienes soportan ya un enorme sufrimiento.
Pero quiero reparar también que es muy notable en nuestro país el avance inexorable del proceso de deterioro de las instituciones constitucionales. Ninguna de ellas, desde los parlamentos a los partidos políticos, del Tribunal Constitucional al Consejo General del Poder Judicial, de la justicia ordinaria a los sindicatos, desde la Administración
estatal a la municipal, parece que funciona adecuadamente en España. Y que es esta crisis institucional el problema más grave para nuestro país, y será más duradera y difícil de resolver que la crisis económica.

DESCRÉDITO DE LAS INSTITUCIONES
Muchas encuestas muestran el crecimiento del desafecto del pueblo hacia la clase gobernante, cualquiera que sea el signo político de sus miembros, al tiempo que se consolida un sentimiento generalizado sobre la necesidad imperiosa de regeneración de la vida pública y de todos sus agentes.
En esta difícil coyuntura, también el sindicalismo y el movimiento sindical en su conjunto se está viendo arrastrado por una marea de escándalos que provienen principalmente de las dos grandes confederaciones, UGT y CCOO, creando situaciones muy difíciles de comprender porque afectan de lleno a las clases populares y trabajadoras desde dentro y mediante prácticas corruptas particularmente miserables.
Sin embargo, es necesario indicar que la presente crisis institucional afecta singularmente a estos dos sindicatos, que coincide que son quienes se han beneficiado también mucho más de las prebendas y favores que el propio sistema ha concedido a manos llenas. Por ello, una generalización excesiva sería, además de desafortunada, sumamente injusta con el conjunto de los sindicatos y los sindicalistas que hacen el papel que la sociedad espera de ellos, y que desde mi particular observatorio creo que son una gran mayoría.
En relación a ese papel del sindicalismo, y alejándonos ya de la actualidad que monopolizan las manzanas podridas de muchos cestos, quiero hacer algunas reflexiones sobre la actual relación de los cristianos con el sindicalismo, que al ser una cuestión que afecta a colectivos numerosos e internamente heterogéneos, se manifiesta en realidades bien diferenciadas.
SINDICALISMO Y CRISTIANISMO
En primer lugar, que esta relación ha sido históricamente tormentosa. Me refiero al sindicalismo tal y como lo conocemos hoy, que tiene sus raíces más próximas en las profundas convulsiones y cambios sociales que surgieron durante la revolución industrial del siglo XIX en el mundo occidental y que tuvieron consecuencias muy importantes en el siglo XX desde el punto de vista filosófico (marxismo), social (nacimiento del movimiento obrero), económico (crisis del capitalismo y de la propiedad privada y nacimiento del colectivismo), político (guerras mundiales, revoluciones políticas y creación de los estados socialistas) y, también por último, religioso (Concilio Vaticano II, teología de la liberación, etc.).
En segundo lugar, quiero llamar la atención sobre un hábito muy generalizado de nuestra cultura contemporánea que consiste en comprimir la realidad etiquetándola en expresiones muy básicas y propias del marketing que, si bien facilitan una primer conocimiento de la realidad en base a su simplicidad, por otro lado dificultan mucho su comprensión si se pretende un conocimiento en mayor profundidad y extensión, ya que popularizan una forma de pensamiento débil y muy gregario. Me refiero, por ejemplo, a la manida distinción a ser clasificado de derechas o de izquierdas, que para muchos aclara ya quién es quién en cualquier circunstancia y condiciona decisivamente las filias y las fobiasy muchos posicionamientos públicos y privados.
Con la primera premisa y el segundo filtro intelectual se puede comprender mejor cómo en la mentalidad general y en la de muchos cristianos en particular, el sindicalismo se despacha como una cosa de izquierdas con todas las asociaciones y connotaciones que ello supone. La complicidad no disimulada entre los dos sindicatos más publicitados y chillones con los partidos socialistas en ese lamentable papel de correa de transmisión tan rentable hasta ahora para todos ellos, son una verdad incontestable que refuerza aún más la antipatía que muchas personas sienten hacia la mera palabra sindicato.Además, ser de izquierdas implica asumir en mayor o menor grado una ideología o cosmovisión vital que incluye un amplio compendio sobre todo tipo de materias que van desde las más profesionales como el ser muy reivindicativos de los derechos de cualquier tipo a otras tan tergiversadas y polémicas como pueden ser la defensa del aborto o la ideología de género.
LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
El compromiso de los cristianos con la cuestión social es oficialmente impecable, pues está ampliamente desarrollado por encíclicas papales documentos de la Iglesia (por ejemplo, la Rerum novarum de León XIII y la Laborem exercens, de Juan Pablo II, además del Catecismo) y últimamente muy en el escaparate de los medios a través de la persona del papa Francisco, que está siendo claro y contundente en sus expresiones (como la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium). Pero creo también que en lo referente a la cuestión sindical adolece todavía de una gran inmadurez y de un rechazo inconsciente muy extendido a participar de manera significativa en aspectos tan necesarios para construir una hegemonía social y cultural como son las elecciones sindicales en los centros de trabajo o en una mayor implicación pública y con personalidad propia sobre las cuestiones laborales y/o políticas.
Desgraciadamente estas dimensiones tan importantes de la cuestión social (la sindical es la que nos ocupa) se han ido conformando con el paso del tiempo como un espacio cuasi privado de las organizaciones de izquierda, muchas de ellas dirigidas personas muy militantes y hostiles hacia la Iglesia, o al menos hacia la parte de ella que desautoriza y desacredita como neoconservadora o ultra ortodoxa mientras se magnifica y teatraliza la fraternidad con los cristianos progresistas que abrazan en minoría su lucha obrera, aunque también con facilidad todas las demás causas que forman parte del torbellino progre.
CONTRIBUIR AL BIEN COMÚN
Partiendo de la experiencia propia y en el diálogo con otros, creo que otra realidad sindical sería posible y deseable en nuestro país principalmente por la novedad positiva que supondría en los centros de trabajo la presencia activa de personas con una inquietud social sincera y una actuación comprometida en el ámbito laboral con el sencillo objetivo del bien común y de contribuir a la solución de los conflictos habituales en el mundo del trabajo. No parece algo muy complicado, sobre todo porque no exige un sacrificio mayor que el de abrazar la realidad propia y de reconciliarse con nuestro propio tiempo en presente y abarcando todas sus circunstancias.
¿No debería ser natural dedicar algo de tiempo y ocuparse un poco en lo colectivo, lo público, el espacio social y político de todos los ciudadanos? ¿Acaso no es importante estar en las AMPAS de los colegios de los hijos? ¿Estar en las juntas de propietarios de la propia vivienda? ¿En las asociaciones culturales, vecinales, de barrio? ¿Por qué no en los partidos políticos y en los sindicatos que toman decisiones sobre tantos aspectos cotidianos y esenciales de nuestra convivencia?
He escuchado en muchas ocasiones algunas objeciones en apariencia razonables, pues el tiempo siempre se hace insuficiente y las tareas ordinarias son muy numerosas. En cierto sentido hay muchos que se sienten justificados ocupándose en labores también muy importantes relacionadas con la caridad, la educación, la pastoral, etc.; pero no deja de ser sorprendente la frecuencia con la que escasea esa otra vocación tan a mano que consiste en trenzarse con la personas de carne y hueso en los ámbitos y espacios que antes he mencionado y dar lugar a relaciones diferentes a las que están al uso. Porque es en esa trama de relaciones persona a persona, en los puestos de trabajo, donde es posible que se generen y se practiquen políticas que humanicen el mundo laboral y que no contribuyan a reforzar la maldición bíblica de que ganarás el pan con el sudor de tu frente, y si se me permite la expresión, con el sudor del de enfrente, que suele ser a lo que se tiende con facilidad.
MÁS PRESENCIA EN EL MUNDO DEL TRABAJO
Nadie hay más opuesto que yo al establecimiento de nuevas tareas y trabajos como signo de pertenencia auténtica a una organización, y mucho menos en la experiencia cristiana, que estaría muy bien definida por aquella idea de que el cristiano es a la vez testigo y profeta, animado por un nuevo principio de conocimiento y de acción y con un nuevo gusto por las cosas. En resumen, no se trataría de hacer más o cargar más tareas en la ya sobrecargada mochila de las responsabilidades personales y familiares. Se trataría de estar en el mundo del trabajo plenamente, con un principio de conocimiento y de acción propio, pero que estoy convenido de que es muy superior en calidad y eficacia frente a las añejas recetas de la lucha de clases, la dialéctica de contrarios o de la fe más que religiosa en la famosa mano invisible que acaba arreglando todos los problemas con tiempo por delante aunque siempre de manera injusta y creando la inequidad que tanto denuncia el papa Francisco.
El futuro del sindicalismo no pasa por la desaparición de los sindicatos, como opinan muchos, sino por la renovación de la vida sindical, y esto no es posible sin personas que hagan de esta labor algo apasionante y al servicio a la sociedad con un interés verdaderamente transformador.