Acercándonos al final del curso se hace más insistente la pregunta: ¿Qué hacemos con las notas finales y con la promoción? Desde que el 14 de marzo se terminaron las clases presenciales estamos viviendo una experiencia inédita por la emergencia sanitaria de Covid-19. La problemática educativa es una más entre las muchas que agobian a la población, en primer lugar la salud, pero también el trabajo, las cuarentenas y aislamientos que complican aún más la realidad diaria de muchos hogares, la angustia y la tristeza que existe en muchos de ellos, la fuerte desazón por el futuro inmediato, el caos durante las primeras semanas de la declaración del estado de alarma o el padecimiento social por el elevado numero de contagios, enfermos y fallecimientos de seres queridos. Demasiadas emociones fuertes para digerirlas en tan poco tiempo.
Ciñéndome a la situación educativa, hemos visto como la rutina del curso escolar se vio alterada bruscamente por el cierre obligado de los centros, para introducirnos a continuación en un teatro de operaciones desconocido y sobre el que no existe ninguna experiencia previa. Después del shock de los primeros días del confinamiento, se fue asumiendo como única opción para salvaguardar la labor docente la modalidad online y las herramientas digitales. La crisis iba para largo y no había más remedio que improvisar. Sí, improvisar. Es el término correcto. Porque nuestro sistema educativo no estaba preparado para dar un salto metodológico tan importante de forma tan precipitada.
El profesorado, en su mayoría, ni tenía los conocimientos ni dominaba las habilidades básicas para transformarse repentinamente en formador online. Mucho menos cuando se vio sorprendido y obligado a quedarse en su casa y a valerse laboralmente con sus propios medios técnicos (equipos informáticos de diversa calidad y su propia conexión a Internet) Los centros educativos tampoco estaban preparados para afrontar un desafío tan grande en tan poco tiempo. Algunas plataformas digitales han echado humo estas últimas semanas. Las grandes aplicaciones de Google, Microsoft y otras empresas han multiplicado sus usuarios exponencialmente transformando las redes en campos de experimentación frenéticos. ¿Qué decir del alumnado y de las familias? Pues otro tanto de lo mismo. El obligado homeschooling ha sido un estresor muy fuerte en muchos hogares. A las ya conocidas brechas social y económica hay que sumar ahora la digital, compartiendo ordenadores (donde los había y funcionando cada uno a su manera), compaginando horarios laborales y escolares con frecuencia simultáneos, sobreviviendo a la calidad caprichosa de las conexiones y a la inevitable curva de autoaprendizaje y automotivación en el uso de las plataformas digitales. Una auténtica locura.
Hemos visto durante esta crisis lo peor y lo mejor de lo que éramos capaces en la comunidad educativa. Me quedo con lo más admirable: la respuesta positiva que están dando los profesionales de la enseñanza, el alumnado y las familias. Muchos de ellos se han reinventado como por arte de magia, han innovado y se las han ingeniado para adaptarse al reto digital online con una creatividad y una energía asombrosa. Había que encontrar la mejor salida posible a la emergencia educativa. El resultado de este esfuerzo es imposible evaluarlo ahora. Tendrá que pasar bastante tiempo para hacernos una idea de los cambios que han afectado a todos los agentes del sistema y sus efectos a medio y largo plazo. Es probable que hayamos dado un salto evolutivo muy interesante y prometedor que puede revolucionar nuestros estancados paradigmas educativos.
A fecha de hoy seguimos confinados con el país en estado de alarma, probablemente varias semanas más, pero ni mucho menos estamos de vacaciones. Esta situación supone, en la práctica, una alteración importante de la convivencia habitual de las familias y un fuerte impacto psicológico sobre las personas que todavía está por determinar y conocer. No se puede negar ni minimizar esta foto de la realidad, aunque estos días, después de la Conferencia Sectorial del 15 de abril, muchos lo intenten a conciencia para arrimar el ascua a su sardina. El debate academicista y ridículo abierto a favor o en contra del aprobado general, con o sin condiciones, parece más propio de una tertulia de casino que de expertos y gestores. Aunque hay quien pretende mantener todavía una apariencia de normalidad, pienso que ya va siendo hora de reconocer y aceptar que estamos viviendo una crisis excepcional que va a exigir respuestas excepcionales con grandes dosis de comprensión y flexibilidad por parte de todos.
Un dato más. No sabemos con certeza lo que está sucediendo, por ejemplo, sobre la verdadera cantidad y la calidad de los aprendizajes que se están adquiriendo en nuestras homeschooling. La disparidad y la diversidad de realidades es grande, lo midas por donde lo midas. Si en un aula y en un centro educativo se igualan mucho las oportunidades, el aislamiento de los alumnos con respecto a sus profesores y a sus compañeros introduce una variable endiabladamente difícil de juzgar con objetividad. Utilizando como analogía la navegación aérea, hemos pasado de volar a plena luz del día a introducirnos dentro una potente tormenta y a “volar con instrumentos” que ni están probados ni tampoco homologados suficientemente. Sobre todo en este momento, cuando es necesario evaluar el tercer trimestre y decidir la promoción o la repetición. Estas dos son las cuestiones centrales que preocupan mas a la comunidad educativa y a las Administraciones. La solución final, cuando llegue una decisión, no será fácil ni tampoco a gusto de todos.